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Columna de nuestro rector padre Harold Castilla Devoz | El mal no es banal: educación para romper la indiferencia

Columna del rector general de UNIMINUTO padre Harold Castilla en La República.

Columna del rector general de UNIMINUTO padre Harold Castilla en La República.

Hannah Arendt, en Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalidad del mal (1963), advirtió que el mal más peligroso no siempre se encarna en monstruos visibles, sino en personas aparentemente comunes que, sin reflexión crítica, ejecutan actos atroces.

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No se trata de demonios, sino de seres humanos que renuncian a pensar, que obedecen sin cuestionar y se acostumbran a la violencia como si fuera parte inevitable de la vida.

Colombia vive hoy una herida profunda con el asesinato de Miguel Uribe Turbay, un crimen que se suma a una larga cadena de muertes que parecen ir diluyendo nuestra capacidad de indignación. No podemos permitir que el mal se vuelva paisaje, que la noticia de un asesinato dure 24 horas en la conversación pública o en las redes sociales y luego desaparezca para dar paso a la rutina.

Esa indiferencia social es la antesala de la banalidad del mal: cuando normalizamos la violencia, dejamos de ver a las víctimas como personas y empezamos a tratarlas como estadísticas. En este contexto, la educación superior no puede limitarse a ser un espacio de formación técnica o profesional.

Debe convertirse en un escenario de conciencia crítica, en un taller de pensamiento que forme ciudadanos capaces de cuestionar, discernir y actuar con ética en medio de la incertidumbre. Las Instituciones de Educación Superior, IES, tienen la responsabilidad de formar profesionales competentes, pero también humanos lúcidos que reconozcan el valor de cada vida y que entiendan que la indiferencia es una forma silenciosa de complicidad.

La banalidad del mal que describió Arendt no es una categoría histórica lejana. Se cuela en nuestra vida diaria cuando callamos ante la corrupción porque “todos lo hacen”, cuando justificamos la violencia por simpatía política, o cuando decidimos no mirar más allá de nuestra propia comodidad. La respuesta a este mal invisible no es el miedo, sino la construcción de un país que eduque para la empatía, la verdad y la justicia.

El magnicidio de Miguel Uribe Turbay nos recuerda que ningún proyecto de nación es viable si la vida humana no es inviolable. Frente a la tentación de la desesperanza, debemos reafirmar que la educación es la herramienta más poderosa para desactivar la lógica de la violencia.

Formar líderes que piensen antes de actuar, que no obedezcan ciegamente, que comprendan que la ley y la ética no siempre coinciden, pero que la dignidad humana no es negociable. Hoy, como sociedad, tenemos dos caminos: seguir anestesiados ante el dolor o recuperar la capacidad de indignarnos, pensar y actuar.

Las IES deben ser focos de resistencia contra la banalidad del mal, espacios donde se cultive una esperanza activa, esa que no es ingenuidad, sino compromiso transformador.

Porque la historia nos ha enseñado que el mal prospera cuando las personas buenas guardan silencio y no colocan nombre a las realidades con claridad y firmeza, hoy más que nunca, necesitamos voces que piensen, que incomoden y que defiendan la vida como el primer principio de cualquier democracia además de exigir justicia.

Necesitamos un pacto ético como sociedad: que ninguna ideología, ningún interés político, ninguna venganza personal pueda justificar la muerte.

La educación superior debe ser parte central de la respuesta para reconstruir el pacto ético nacional como lo sentía y creía el mismo Miguel Uribe Turbay. Se necesitan respuestas que no se limiten a la coyuntura judicial o a la indignación pasajera.

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