
Columna de nuestro rector padre Harold Castilla Devoz | La educación superior no necesita ficción

Columna del rector general de UNIMINUTO padre Harold Castilla en La República.
Aunque no puedo explicar con certeza en qué consiste la “matemática cuántica”, sí entiendo los números básicos de la educación superior en Colombia. Y esos números, lejos de necesitar artificios retóricos, hablan por sí solos: según cifras del Ministerio de Educación Nacional (2023), la tasa de cobertura bruta apenas alcanza ´55,4% (2023), muy por debajo del promedio de los países de la Ocde, que supera 75%.
Además, uno de cada dos estudiantes abandona sus estudios sin graduarse. Y aunque ha habido avances en acreditación, apenas 17% de los programas académicos están certificados como de alta calidad.
¿Se requieren reformas? Sin duda. Pero reformas basadas en la evidencia, el diálogo informado y la corresponsabilidad. Lo que no necesita el país es una narrativa plagada de inexactitudes, que desinforma a la ciudadanía y debilita la legitimidad de cientos de instituciones, docentes y comunidades académicas que, con esfuerzo sostenido, mantienen viva una de las pocas escaleras sociales aún disponibles para las juventudes: la educación superior. Se ha afirmado que el sistema de educación superior en Colombia está “capturado por intereses privados que impiden una educación pública y gratuita”.
Esta afirmación, además de ser imprecisa, desconoce realidades fundamentales del sistema mixto que ha caracterizado históricamente a la educación superior colombiana. Reducir el análisis a una confrontación entre lo público y lo privado es una simplificación peligrosa. En Colombia, más de 45% (2023) de los estudiantes están matriculados en instituciones de educación superior, IES, privadas. Muchas de estas no solo no compiten con lo público, sino que complementan el esfuerzo del Estado, llegando a territorios históricamente marginados, innovando en oferta académica, adoptando modalidades flexibles y sirviendo a poblaciones vulnerables que, de otro modo, quedarían excluidas del sistema. Negar esta realidad o caricaturizar a las IES privadas como “negocios sin ética” es desconocer décadas de trabajo social, de alianzas público-privadas, y de una diversidad institucional que ha sido fundamental para ampliar oportunidades educativas.
Algunas IES privadas han desarrollado modelos profundamente innovadores, con misiones sociales explícitas, compromiso territorial y estrategias pedagógicas que han sido referentes en América Latina.
Lo cierto es que Colombia ha construido un sistema mixto que, a pesar de sus limitaciones, ha sido funcional para enfrentar retos como la masificación de la educación superior, la incorporación de tecnologías, el fortalecimiento de la formación técnica y tecnológica, y el aumento de la cobertura en regiones apartadas. Este modelo híbrido ha sido capaz de adaptarse con agilidad a las necesidades cambiantes del entorno. Por eso, desconocer este tejido colaborativo entre lo público y lo privado no solo es un error de diagnóstico, sino también una oportunidad perdida. Una política pública que aspire a transformar el sistema educativo debe partir de la realidad, no de la ficción.
No necesitamos discursos que enfrenten sectores, sino una visión nacional de educación superior basada en la complementariedad, la cooperación y los desafíos compartidos: mejorar la calidad, aumentar la cobertura, garantizar la pertinencia, avanzar en la transformación digital y asegurar la sostenibilidad del sistema.
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La educación superior no puede seguir siendo instrumentalizada en discursos de polarización política. Es, y debe seguir siendo, un espacio para el pensamiento crítico, la deliberación democrática y la innovación social. Porque cuando se trata de construir país, la verdad también educa y no las narrativas artificiales.