
Columna de nuestro rector padre Harold Castilla Devoz | Humanizar el aprendizaje: pedagogía más tecnología

Columna del rector general de UNIMINUTO padre Harold Castilla en La República.
En una investigación reciente sobre el sentido del aprendizaje en entornos digitales, a un grupo de estudiantes universitarios se les preguntó qué entendían por “humanizar el aprendizaje”. Uno de ellos respondió: “Cuando el profesor me llama por mi nombre, me mira, me escucha. Cuando siento que me ve como persona y no como un número”.
Esa frase, tan sencilla como profunda, encierra una verdad pedagógica que a veces olvidamos: la educación, para ser auténtica, debe ser profundamente humana. Vivimos tiempos marcados por la aceleración, la automatización y la hiperconectividad. Las plataformas, los algoritmos y la inteligencia artificial comienzan a ocupar espacios que antes eran exclusivamente humanos. La educación no escapa a esta lógica. Hoy enseñamos y aprendemos en ambientes mediados por pantallas, fragmentados en tareas, rúbricas y resultados. Entonces, emerge una pregunta ineludible: ¿quién cuida la dimensión humana del proceso educativo?
Humanizar el aprendizaje no es una consigna retórica ni una postura nostálgica. Es una urgencia ética, pedagógica y social. Significa reconocer que los estudiantes no son solo receptores de información, ni usuarios de servicios educativos, ni cifras en las estadísticas institucionales.
Son personas con trayectorias, emociones, preguntas, contextos. Y lo mismo vale para los docentes: no son solo gestores de contenidos, sino acompañantes, mediadores, testigos. La pedagogía del cuidado, propuesta por autores como Nel Noddings y Gabriel Marcel, nos recuerda que educar es un acto de hospitalidad: acoger al otro en su diferencia, generar vínculos de confianza, sostener procesos incluso cuando no hay resultados inmediatos.
Cuidar no es condescender ni controlar; es reconocer la dignidad del otro como sujeto del aprendizaje. En palabras de Paulo Freire, se trata de “enseñar con amor”, no como emoción individual, sino como opción pedagógica comprometida. En los entornos virtuales, este desafío se multiplica. La enseñanza remota corre el riesgo de reducirse a un check-list de actividades, a una eficiencia sin afecto. Muchos estudiantes, especialmente en sectores populares, enfrentan la soledad, la inestabilidad tecnológica, la desconexión emocional. Humanizar aquí significa poner el rostro en la pantalla, la escucha en el chat, la palabra que acompaña en medio de la incertidumbre. No se trata solo de tecnología, sino de pedagogía.
Pero este esfuerzo no puede recaer solo en la buena voluntad de los profesores. Las instituciones educativas deben crear condiciones estructurales para humanizar el aprendizaje: fomentar modelos de evaluación formativa, reconocer emocionalmente el esfuerzo de estudiantes y docentes, generar espacios de escucha y sentido.
Las políticas públicas también deben moverse en esta dirección: entender que la calidad educativa no se mide solo en pruebas, sino en experiencias transformadoras que dignifican la vida. Humanizar el aprendizaje implica, además, redefinir el éxito educativo. No se trata únicamente de obtener títulos o aprobar exámenes. Se trata de formar personas capaces de pensar críticamente, de convivir, de comprometerse con el bien común. En palabras de Martha Nussbaum, se trata de educar para la humanidad, no solo para la productividad. Y eso requiere tiempo, presencia, vínculos.
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Humanizar el aprendizaje es, entonces, resistir la tentación de convertir la educación en un proceso técnico, despersonalizado o meramente instrumental. Es recordar y practicar que enseñar y aprender son actos profundamente humanos, que solo florecen en el encuentro, en el cuidado y en la esperanza compartida.