chat nuevo

Juventudes en búsqueda de una democracia que procure una sociedad pacífica

Juventudes en búsqueda de una democracia que procure una sociedad pacífica

​​​​​La paz perpetua propuesta por Kant en el siglo XVIII es, quizá, el fundamento último de cualquier sistema de gobierno existente, sin embargo, pareciera que la humanidad está más interesada en mantenerse adherida al miedo que trae consigo la guerra, los conflictos y la violencia. Sin embargo, ante este oscuro panorama, se visiona la democracia como la mejor forma de gobierno, pues dota de herramientas a las sociedades y a las personas, para que construyan un mundo más justo, en donde se privilegie la igualdad entre hombres, mujeres, etnias, razas, creencias, costumbres y tradiciones, así como la tolerancia como sustento de una cultura del respeto por las ideas, los pensamientos y las diversas formas de concebir el libre y consciente ejercicio de una ciudadanía participativa y hacedora de su propia historia. 

En este sentido, emerge el planteamiento de Boaventura de Sousa Santos sobre la sociología de las ausencias como una forma de abordar todas esas historias y vivencias cotidianas en las que la mayoría de ciudadanos y ciudadanas han debido trasegar y que, finalmente no han sido visibilizadas y, por tanto, intencionalmente acalladas de la realidad en la que se circunscribe las sociedades actuales. Es por esto que, las juventudes se convierten en el claro ejemplo de las ausencias, pues fundamentan lo que el mismo autor denomina sociología de las emergencias. Esto debido a que, los proyectos de vida feliz que los jóvenes han querido construir, se enmarcan en una política de completo abandono, pues los gobiernos han perpetuado el incumplimiento de los mínimos de justicia que les permita decidir qué estudiar, dónde vivir, en qué trabajar, debido a que a través de los tiempos no se han garantizado los derechos civiles y políticos como las libertades de expresión, asociación e igualdad ante la ley, y muchos menos los derechos económicos, sociales y culturales como la educación, la salud, el trabajo, salario digno, vivienda digna, agua potable, etc. 

Hacer visible este clamor de los olvidados, de los desfavoreci dos, de los marginados en lo que desde la ética se denomina justicia y felicidad, permitirá poner en un plano de la realidad actual, aquellas ausencias que fueron acalladas por una hegemonía de quienes ostentan el poder, ya sea político, geográfico o epistémico, con el fin de reemplazar esos vacíos que no pueden ser eternos a través de la línea temporal en una perspectiva de futuro, dotando al devenir de un pluralismo de posibilidades, en donde las juventudes puedan decidir sobre sus propias necesidades insatisfechas. 

Todo lo expuesto hasta aquí conlleva, necesariamente, a considerar el voto como una herramienta fundamental que la misma democracia le ha dado a las personas, primero, para que se reconozcan como personas, segundo, para que conformen mayorías y tercero, para que el pueblo logre ver reflejados en sus dirigentes una lucha colectiva por el bien común. Es por esto que, a continuación, se discuten unos elementos los cuales pueden ser de ayuda para movilizar las consciencias hacía la necesaria búsqueda racional y comprensiva de cuál es el proyecto político que podría favorecer la construcción de una sociedad pacífica: 

  1. El goce y disfrute pleno de la igualdad, entendiendo que el voto obedece a la declaración universal de los derechos humanos y es en sí un derecho civil y político, por tanto, debemos ser conscientes que hombres, mujeres, no binarios, indígenas, afrodescendientes, víctimas del conflicto armado, defensores del medio ambiente, etc., deben estar representados en los diferentes estamentos de las ramas del poder. Por lo que el voto no es en sí un símbolo de igualdad únicamente porque todos los ciudadanos mayores de edad pueden ejercerlo, sino porque es una forma de contribuir a que exista un poder político equilibrado. 

  1. El poder de decisión otorgado por la democracia debe emerger desde las libertades colectivas y personales, esas libertades no pueden obedecer a las condiciones de los políticos, sino a las necesidades mismas del pueblo. La libertad no puede conllevar al menosprecio del otro, ni puede estar supeditada a unos intereses particulares. El voto no puede ser esclavo de las propuestas de los políticos, el derecho a elegir debe tener una base de libertad de conciencia, que dignifique el ser. 

  1. Los políticos al ser elegidos deben garantizar los derechos civiles y políticos, igualdad ante la ley, juicio justo, participación en política, libertad de asociación, de conciencia, de expresión. Así mismo, deben ser garantes de los derechos sociales, económicos y culturales, el derecho a la educación, al trabajo, a la salud, a la seguridad, al agua potable, a vivienda digna, a salario justo. Para esto, hay un principio fundamental que se exige con el voto, y es una propuesta en la que se incluya los mínimos de justicia. 

  1. El ejercicio ciudadano del voto no puede estar supeditado a la confrontación constante e insustancial de la guerra. Una sociedad en paz requiere de la ética dialógica, de un diálogo cordial, caracterizado por la inteligibilidad, la sinceridad, la verdad y la justicia. La política, si bien, ha ido en detrimento de la filosofía de una tradición liberal, no se puede pretender que el pueblo esté en contra del pueblo, todo lo contrario, las libertades deben ser las bases de la tolerancia entre las personas, aceptar, comprender, escuchar y debatir sobre aquellos proyectos de gobierno que proponen los políticos, no pueden convertirse en claves para la polarización, para la violencia y la trasgresión ideológica. Por tanto, el voto debe ser ejercido desde el respeto a las diferencias que se pueden encontrar con otros ciudadanos, con otros partidos, con otras corrientes, para esto, se deben conformar mayorías pensantes, que se comunican y que cuidan el bien común que no les es ajeno. 

  1. La ética y la política deben dotar a todos los ciudadanos de dos tipos de conciencia, del bien y lo correcto, en términos éticos, y de los común y colectivo en términos políticos. El estar conscientes desde estos dos ámbitos, le permite a cada ciudadano y a cada ciudadana, saber entender la compleja realidad social en la que vivimos todos y todas, por tanto, desde una mirada global, es más fácil elegir aquellos proyectos en donde se consideren la totalidad de las necesidades y se garanticen los mínimos de justicia. La consciencia del bien común es la única vía de la democracia liberal para ejercer el derecho a elegir quién nos represente. 

Por:
John Jairo Osorio González,
Docente del Centro de Educación para el Desarrollo CED - UNIMINUTO Centro Regional Urabá.

  • Antioquia-Chocó
  • Ciencias sociales y humanas
  • Editorial
  • Educación